jueves, 23 de enero de 2014

Capítulo III: El Mostro

Eva era la más bonita del salón. Él, era el más feo...
Realmente no era feo, pero así decían ellas a la hora de catalogar a sus compañeros de salón... "éste no está tan mal; ése está guapo; aquél es mono... pero él, ¡qué feo".
Si hubiera que describirlo, bastaría cantar la canción de "Tomás" y a pesar de llevar el mismo nombre, nadie lo llamaba así... para todos era "El Mostro".
"El Mostro" era tranquilo y ameno. Muchacho inteligente que no le quedaba más que estudiar pues era la única manera de que Eva se le acercara... sus habilidades en álgebra, español, inglés, historia, química, física y cualquier otro conocimiento eran imán para Eva, quien se acercaba al "Mostro" a sabiendas de que no sería otro muchachito que en la primera oportunidad trataría de ligarla o en última instancia, ¡besarla!
"El Mostro" era diferente... paciente para explicar y muchas veces, hasta amable para terminar haciéndole su tarea. Era el único muchacho (fuera de sus novios, que eran muchos) que entraba a su casa. Era bien recibido por la madre de Eva y visto con recelo por el padre de ella.
—Dime que ése no es su novio... ¡se trata de mejorar la raza!— decía a su esposa cada vez que se los encontraba en la sala estudiando...
Por ser el más cercano a Eva, "el Mostro" se volvió el paño de lágrimas ante los constantes rompimientos con sus novios...
Un día, Eva le hizo una confesión:
—¿Qué crees? ¡Conocí a un chavo! ¡Es super buena onda! ¡Tierno! ¡Delicado! ¡Aiiich! ¡Estoy loca! ¡Creo que me estoy enamorando!
No le dijo más... salió corriendo a contar su nuevo romance a sus demás amigas... "el Mostro" la vio alejarse mientras sorbía de su jugo de naranja... Sus ojos brillaban al verla. Le encantaba su olor. Disfrutaba cómo su cabello iba de un lado a otro cada vez que emprendía esas locas carreras hacia sus amigas... o hacia el novio en turno...
Le sorprendía cómo una muchacha tan bonita tuviera tan mala suerte con sus novios... ¡bueno! todos buscaban una cosa, según ella misma se lo había confesado: ¡Meterle mano! Ya uno le apretó un pecho de manera burda, grosera, hasta agresivamente que la lastimó... ya otro le agarró las nalgas cuando le besaba apasionadamente... ya aquél, más osado, buscó bajo su falta ir más allá... el idiota que en el primer beso quiso introducir su lengua hasta la garganta... y una infinidad de casos que rayaban en la vulgaridad para Eva, tan bien portada pero a la vez, también ilusionada con tener un novio "de manita sudada" que la hiciera sentir como en novela de Corín Tellado.
El estudio de física fue detenido por un "¿Te dije que escribe fabuloso?"
—¿Quién?— le respondió "el Mostro".
—¡Tonto! ¿Quién más? ¡Víctor!
—¿Quién es Víctor?
—¡El chavo de quien estoy enamorada!
—¡Aaah!
—Mira, te voy a leer lo que me puso...
Acomodó su laptop en sus piernas y empezó a leerle:
"Eva... repito tu nombre en silencio y retumba en mis sentidos tan fuerte que cerrando los ojos, te veo; que sin decir palabra, te oigo; sin tocarte, te siento; con el viento, te huelo; y de mis labios, te prendes... ¿cómo es posible que de mí te apoderes, cuando ni siquiera cerca te tengo..." ¿No es lindo?
—¿Cursi?
—¡Lindo! ¡jajaja! ¡Me tiene loca! ¿Y sabes qué es lo peor? ¡No lo conozco!
—¿Cómo?
—¡Sí! Sólo me envía cartas a mi cuenta...
—¿No lo conoces entonces?
—¡No! Pero le he pedido que nos reunamos... será este viernes... y quiero que me acompañes...
—¿Yooo? ¡Para qué!
—¡No quiero ir sola! ¡Por favooor! ¡Por favooor! ¡Por favooor!
—¡Ok! ¡Está bien!
El viernes por la tarde, "el Mostro" llegó puntual a la casa de Eva pero la cara de ella presagiaba algo...
—Me canceló...
—¿Cómo?
—Sí, me dijo que no podía... pero creo que pasa algo... no era el mismo... no hubo palabras dulces, no hubo ternura... no hubo nada, nada más un "No puedo ir a la cita... más tarde me comunico"... ¿Qué hice? ¿Qué hice?
—Tranquila... luego se comunica...
Y como siempre, "el Mostro" esa tarde fue un paño de lágrimas...
Al día siguiente, Eva llegó feliz... no era para menos... estuvo contando al "Mostro" y a sus amigas que Víctor le había vuelto a escribir pero como sólo él sabía escribir... con esas palabras que arrebatan suspiros, que endulzan el alma y elevan los sentidos... tanto, que a cada palabra que Eva leía, se escuchaba por parte de sus amigas largos "¡aaaaaahhh!"
Pasaron varios días y varias cartas... Eva flotaba por la escuela, por la casa, por todos lados... estaba segura que había encontrado al amor de su vida y no había otra plática para con sus amigas, familia y "el Mostro" que Víctor... Víctor esto, Víctor lo otro, Víctor aquello, Víctor acá, Víctor allá...
Si para la familia era raro; para las amigas, grandioso; para "el Mostro" ¡ya era insoportable!
Insoportable porque cada viernes de cita, Víctor cancelaba y "el Mostro" tenía que pagar las consecuencias, tanto de la decepción como de la alegría de al día siguiente de cada carta.
Al fin, Eva puso un ultimátum a Víctor: "Si me vuelves a cancelar, te bloqueo". ¡Estaba desesperada!
Por enésima ocasión le pidió al "Mostro" que la acompañara ese viernes... éste puso cara de fastidio... ella lo convenció con esos enormes ojos y un puchero que nadie, ni el mismo "Mostro", podría resistir...
Llegó el viernes y tocaron a la puerta de Eva. Ella salió lista, ¡por Dios! ¡Qué hermosa se veía! ¡Era una princesa! ¡Estaba radiante!
—¡Te ves bonita!— le dijo.
—Gracias... pero tú vienes muy elegante... ¿por qué?
—Porque "repito tu nombre en silencio y retumba en mis sentidos tan fuerte que cerrando los ojos, te veo; que sin decir palabra, te oigo; sin tocarte, te siento; con el viento, te huelo; y de mis labios, te prendes... ¿cómo es posible que de mí te apoderes, cuando ni siquiera cerca te tengo..."
Eva se quedó en silencio. Él sólo la miraba. Entonces, los ojos de ella se llenaron de lágrimas y cerró la puerta de golpe en sus narices mientras le gritaba: "¡Lárgate! ¡No te quiero volver a ver!"
Sí, sin darse cuenta, Eva se había enamorado de un "Mostro".

miércoles, 22 de enero de 2014

Capítulo II: Ave María...

El doctor le pidió que se sentara. Revisó el expediente y le dijo:
—Me comentan que no quiere cooperar...
—Sí, señor; sí quiero...
—Pero se ve cansado o incluso, hasta ha dormitado en horas de trabajo...
—No puedo evitarlo...
—¿No duerme bien? ¿Tiene problemas con su compañero? ¿Se siente enfermo?
La última pregunta repicó en su cabeza con la misma fuerza que cuando la escuchó con cierta entonación cuando era niño... ENFERMO... Del "¿Se siente enfermo?" al "¡Estás enfermo!"
—Quisiera que me detallara un poco lo de enfermo, doctor...
—¡Vamos! No me tire a loco... quiero decir si tendrá anemia, diabetes, alto el colesterol... ¡no sé! ¡usted dígame qué es lo que siente!
—¿Le puedo decir un secreto, doctor? Pero me jura que no se lo dice a nadie...
—Pues sí, de cierto modo hay ciertas reservas en mi profesión para con los pacientes...
—¡Me masturbo, doctor!
—Bueno, eso no es malo... y más en su situación, hasta podríamos decir que es bueno...
—Me masturbo tres veces al día y si puedo, ¡más!
El doctor guardó silencio... de cierto modo ya tenía resuelto todo por lo que ese hombre había llegado a su consultorio. Quizás un frasco de vitaminas y hierro, así como la recomendación de que dejara de erotizarse tanto ¡y listo! Pero no... ¿cómo un hombre de su edad tenía tanta necesidad del onanismo? Y no se aguantó el deseo de preguntarlo:
—¿Por qué? ¿Por qué masturbarse tanto?
—¡No lo sé, doctor! ¡me quemo por dentro! siento que los testículos me hierven y tengo que hacerlo...
—¿Y ha intentado hacer ejercicio?
—Mucho, pero la actividad vigorosa me motiva más... y es cuando después de hacer ejercicio, sentir mi sudor, mi piel caliente, mi aliento agitado, me lleva a masturbarme aún más, con más fuerza...
—Me consterna... quizás orando...
Y el doctor entonces recordó sus pecados de juventud cubiertos en la cama. Soñar con su madre y hacerle el amor era tan placentero, tan delicioso, tan sensual... ¡y tan lleno de culpa que despertaba llorando aún con el miembro erecto, mojado, salpicado...! y empezaba a orar... práctica absurda que llevó hasta su matrimonio donde, para no tener eyaculaciones precoces, mientras embestía a su mujer, en su mente estaba un "Ave María, llena eres de gracia... el Señor es contigo..." pero sentía que le funcionaba...
—No funciona, doctor... mi deseo es más fuerte que mi temor a Dios...
—¿Y desde cuándo vive así, con esa convulsiva manera de masturbarse...?
—Desde niño... desde muy niño... tocarme, olerme, acariciarme era lo que más disfrutaba, hasta que un día, mi madre me sorprendió intentando chupar mi pene...
("¡Estás enfermo o qué! ¡vas a ver ahora que llegue tu padre!" Pero los golpes sólo hicieron que ese niño entonces buscara los escondites más profundos donde darse placer)
—¿Y qué pasó?
—Nada... no pasó nada... descubrí el fetichismo, descubrí el voyeurismo, descubrí la zoofilia y descubrí el onanismo... y me quedé con él...
—Pero no ha tratado de contenerse...
—Sí, una vez... hace poco... tendrá un año... acababa de morir mi madre y entonces supe que ninguno de mis escondites y juegos había pasado desapercibido para ella... agonizaba cuando me dijo al oído, sin que nadie la escuchara más que yo: "Hijo, ¡deja de jalártela". Me avergoncé, me puse rojo, ¡ella lo sabía! ¡lo supo siempre! Y entonces decidí no volver a masturbarme... Pasó un día y no paraba de trabajar hasta 18 horas seguidas con la idea de cansarme, agotarme y dormir profundamente... pasaron dos días y mantenía mi mente ocupada en miles de cosas hasta que caía rendido en mi cama... pero al tercer día, ¡ya no podía! Corrí al baño de la oficina y en lugar de entrar al de hombres, entré al de mujeres... quería sentir su olor en las paredes, en los lavabos, en los cestos de basura, en los papeles mojados... me bajé la bragueta y empecé a masturbarme... cerré los ojos para sentir mejor los aromas y abrí una puerta, no pensé que hubiera alguien... su grito se unió al mío... el de ella, de espanto; el mío, como sólo gritan los que se vienen, los que eyaculan... cerré los ojos y cerré los de ella con mi esperma... y fue cuando me detuvo la policía, con las manos en mi arma...
—Por eso está aquí...
—Por asalto sexual...
El doctor escribió la receta: Un frasco de vitaminas y hierro. ¡Ah! y la recomendación de que dejara de masturbarse tanto...
El hombre se retiró y fue llevado a su celda.
El doctor cerró su consultorio y abrió su bragueta... "Ave María, llena eres de gracia..."

martes, 21 de enero de 2014

Capítulo I: Paz

Hace poco iba llegando a casa... eran cerca de las ocho de la noche y vi su vuelo, silencioso y se aposentó en una rama. Una lechuza de buen tamaño, como el de un gato mediano. Ya es raro verlas por acá. Me dio gusto verla. Me dio paz.
Hace rato que no la tenía, más cuando siento desde el pasado 15 de este mes, que hay un fantasma en mi casa.
Veo a mi esposa caminar de un lado a otro... y aún saboreo ese perfume que deja por donde pasa... ¡ahhh! ¡qué hermosa es! Pasa de un lado a otro y me ignora... o nos ignoramos... a veces lanza una puya... no respondo... me quedo callado...
Y entonces, me saltan unas enormes ganas de llorar pero lo más que salen de mis ojos son chinguiñas, duras chinguiñas que se aferran al delta de mis lagrimales... a mí no me molestan pero a ella sí... siempre se preocupa porque la gente me viera las chinguiñas, la cera de mis oídos, los residuos de jabón en mis orejas... "tratas con mucha gente"... en lo particular, a mí no me afecta que tenga chinguiñas, cera o residuos... pero a ella sí...
Salió presurosa esta tarde-noche... y se me quemaban las ganas de preguntarle a dónde iba, pero de mi boca no salen más palabras sino una especie de grito ahogado de impotencia. Para más, un aullido de mi perro se desprende desde la ventana como queriendo decir: "¡Hey, te habla mi padre! No te vayas!" Entonces me acerco a él y entonamos juntos un aullido.
No sé dónde oí que el aullido de un perro, lobo o coyote es para decirle a otro de su especie: "¡Oye! ¡por aquí estoy! ¿Y tú?" y entonces, el otro responde con un aullido.
Prendo la tele y veo programas muy noche hasta que me vence el sueño... pero duermo poco y un mucho agitado. Una vez pedía ayuda entre sueños a mi madre porque no podía levantarme de ese sillón donde desde hace días empecé a dormir... "¡No puedo levantarme, madre; ayúdame!" le decía, mientras ella extendía las manos para separar mis brazos cruzados en mi pecho... rara costumbre de dormir pero me relaja mucho... otra noche me levanté y salí a buscar a esa lechuza de buen tamaño en el árbol en que la vi un domingo. En mi camino veo a esos gatos que corren entre mis piernas espantados... eso me da la seguridad de que la lechuza de buen tamaño ha de estar por allí. Tengo la certeza de que está cazando a los gatos, si no, ¿por qué razón huirían despavoridos a esa hora de la noche?
Volví a buscarla otra vez. Me asomo pero no la veo... Quisiera escuchar su "uho, uho-uho" pero no, no lo oigo...
Lo que oigo es un ruido... es su carro...  regreso tan rápido a la casa que me espanto... acaba de llegar... "¿tomaste de nuevo?" ¡Qué coraje! Me da coraje porque me da miedo que conduzca en estado de ebriedad... quisiera llamarle la atención, regañarla, zarandearla... pero me quedo mirándola... ahogo mis palabras y me avergüenzo que mi perro la reciba con tanta alegría y emoción que me dan ganas de llorar... pero lo más que salen de mis ojos son chinguiñas...
No me hace caso... se va a la cama y rompe en llanto. Trato de consolarla y entonces oigo ese canto: "uho, uho-uho"... mi perro entonces aúlla y mi esposa se queda callada... escucha a ambos y entonces murmura: "Hay un fantasma en la casa..." solloza un poco y reza a su Santa Muerte y al final, sólo dice, como cada noche, desde el pasado 15, "descanse en paz"... y me voy a dormir tranquilo.